Biografía
Nace en Jaraicejo (Cáceres), el día 14 de diciembre de 1906.
Sus padres se llamaban Gregorio García Rebollo y Clodoalda Román Soleto.
Tuvo tres hermanos: la primogénita, Magdalena Agapita, que fue religiosa de las Carmelitas Descalzas y pasó toda su vida en un convento de Granada; un hermano, Joaquín, que murió a los seis meses y a quien el Siervo de Dios no llegó a conocer; la tercera fue María Luisa, que nació después de don Abundio. Ingresó en la Congregación de las Hijas de María Inmaculada, popularmente conocidas como Servicio Doméstico.
Su padre cultivaba sus propias tierras, a veces ayudado por algún jornalero; es decir, era Gregorio un modesto labrador que vivía con un relativo desahogo económico. Tanto él como su esposa eran de hondas raíces extremeñas, sólidos fundamentos religiosos y profundamente cristianos. Durante un tiempo fue Juez de Paz en Jaraicejo. En cierta ocasión, algunos vecinos del pueblo, incluso amigos suyos, quisieron forzarle a firmar una sentencia injusta. Gregorio se negó. Recibió presiones que no cambiaron su postura y, como consecuencia, empezó a tener problemas. Estas circunstancias, junto al deseo del matrimonio de que la ligera cojera del pequeño Abundio fuera tratada en el hospital de San Rafael, en Madrid, motivaron su traslado a la capital en el año 1912. Un familiar de su madre, Fray Gabriel de Jesús, Carmelita Descalzo, le proporcionó un trabajo de portero-demandadero en el convento de las Carmelitas Descalzas, en la calle Ponzano de la capital.
A los diez años manifestó a sus padres su deseo de ser sacerdote, pero ellos le aconsejaron que hiciera primero el bachillerato. Ingresó el joven Abundio en el Instituto Cardenal Cisneros. Un sacerdote, amigo de la familia, le recomendó que hiciese sus estudios en un colegio religioso, y así se hizo. Se matriculó en el colegio Maravillas, regido por los Hermanos de la Doctrina Cristiana. Realizó el ingreso y el primer año del Bachillerato, obteniendo excelentes calificaciones. Posteriormente, ingresó en el Seminario de Madrid como alumno externo a los once años. Por sus excelentes notas se le concedió una beca, y, a partir de entonces, realizó como interno los once cursos siguientes.
El 24 de junio de 1930 fue ordenado sacerdote.
El 19 de junio, cinco días después, festividad del Corpus,
celebró su primera misa en el convento de las Carmelitas Descalzas de la calle Ponzano.
Su primer destino fue el de capellán particular del Conde de Rodríguez de San Pedro, por aquel entonces presidente de la Acción Católica. Este fue el puesto del nuevo sacerdote, y en el estuvo un año. Con el advenimiento de la República, el conde tuvo que salir de España y, antes de hacerlo, propuso al Siervo de Dios que se hiciera cargo de un Patronato de Enseñanza que disponía de un colegio en la zona de Entrevías, barrio situado en el entonces suburbio madrileño y sumamente conflictivo en aquella época. Al hacerse cargo del colegio, los alumnos no superaban el centenar. Cuando sobrevino el conflicto de octubre de 1934, los alumnos eran quinientos. Las vicisitudes políticas obligaron al Siervo de Dios a abandonar su estancia en el colegio. Aquella experiencia de Entrevías le dejó una profunda huella que le marcó profundamente para el resto de su vida.
La guerra civil le obligó a abandonar su domicilio y buscar refugio en una pensión. Al parecer, la dueña le denunció a la policía, y fue detenido. Ingresó en la cárcel Modelo. El día 15 de noviembre de 1936, un bombardeo sobre la cárcel evitó su más que posible martirio. En unión de otros muchos prisioneros, los milicianos le habían llevado al patio de la cárcel. Justo cuando empezaban a subirlos a los camiones, se inició el bombardeo. Los milicianos huyeron y los funcionarios de prisiones ordenaron a los presos que volvieran a sus celdas. Posteriormente fue trasladado a la cárcel de mujeres, en la calle Marqués de Mondéjar. De allí pasó a la “checa” de Duque de Sesto. Absuelto por el Tribunal en marzo de 1937, siguió siendo perseguido por su condición de sacerdote y fue condenado en rebeldía a un año de trabajos forzados. Después de varias vicisitudes, pudo refugiarse en la Legación de Noruega, donde permaneció hasta el final de la contienda.
El Patriarca Doctor Eijo y Garay, cardenal-arzobispo de Madrid-Alcalá, le nombró profesor del Seminario y Consiliario para toda la Acción Católica del Trabajo. Posteriormente, fue designado Asesor Provincial de Sindicatos. Para facilitar la penetración en los centros de trabajo, organizó la compaña conocida como “La Voz de Cristo en las Empresas”, que movilizó a cientos de sacerdotes, religiosos y seglares por todos los ámbitos laborales madrileños. Fue en unos ejercicios espirituales celebrados en Carabanchel donde tuvo ocasión de contactar con un grupo de jóvenes que sintonizaban plenamente con el evangelio y con las inquietudes sociales del Siervo de Dios. Fruto de aquellos contactos fue la creación de la CTC (Confederación de Trabajadores Cristianos).
En el otoño de 1945, se produce un hecho importante: el acercamiento del grupo de la C. T. C., los Centros Obreros Femeninos y los Centros de Acción Católica.
En septiembre de 1946 tiene lugar un encuentro trascendental para las futuras Hermandades del Trabajo: la reunión, auspiciada por don Casimiro Morcillo, obispo auxiliar de Madrid, entre don Abundio García Román, Alfredo Marugán Sanabria y Angel Vàzquez con José Ramón Otero Pumares, fundador de la Hermandad Ferroviaria, y Manuel de la Cera, fundador de la Hermandad de Aseguradores.
A partir de ese momento, José Ramón Otero Pumares es el colaborador por excelencia de don Abundio en la creación y expansión posterior de las HHT.
El día 17 de julio de 1947, se promulga el Decreto Fundacional de las Hermandades del Trabajo. A partir de ese momento, don Abundio, acompañado por un grupo de laicos, hombres y mujeres en igualdad de obligaciones y derechos, expanden la obra de Hermandades del Trabajo por toda España y, posteriormente, en América. El Siervo de Dios dedicó el resto de su vida a las Hermandades, que se identifican como “…grupos de trabajadores, creyentes en Cristo, de toda edad, profesión y situación laboral, que, conscientes de las posibilidades que nos proporciona el asociarnos en esta obra apostólico-social, tratamos de vivir solidariamente la fraternidad universal, luchando con otros muchos por los derechos de los trabajadores”.
Muere en Madrid el 30 de noviembre de 1989.
Sus restos reposan en la capilla de las Hermandades del Trabajo de Madrid, calle de Raimundo Lulio, 6.
El día 30 de abril de 1990, el Consejo de Hermandades del Centro de Madrid, con el apoyo unánime del Consejo Nacional de las HHT de España y las HHT de América, acuerda la creación de la Fundación Abundio García Román para “La promoción del estudio y la difusión especializada de la doctrina y pastoral social de la Iglesia, como fundamento y contribución al desarrollo integral de los trabajadores en la coyuntura histórica actual y futura, de acuerdo con los valores del Evangelio”.
La Fundación promovió conocimiento de la vida y obra de Abundio García Román y, el día 15 de julio de 2000, el cardenal arzobispo de Madrid, Antonio María Rouco Varela, abrió la fase diocesana del Proceso de Canonización del Siervo de Dios.
El día 10 de diciembre de 2006, nuevamente el arzobispo de Madrid, cardenal Rouco Varela, declaró clausurada la Fase Diocesana del Proceso de Canonización.