Decálogo de los sacerdotes de las Hermandades del Trabajo
El sacerdote de las Hermandades deberá brillar, sobre todo, por su condición de sacerdote. Siempre, y en todas partes, sacerdote por entero. De esta categoría arrancará el poder y la dignidad de la Obra.
Colocará la autoridad, gobierno y dirección de la Obra en los seglares, ofreciéndose a ellos solidaria y responsablemente.
Confiará plenamente en sus dirigentes, hasta el punto de despertar sus iniciativas y espolear su generosidad.
Asegurará el trato frecuente con sus militantes a través de un calendario de entrevistas con objeto de darse a ellos, conocerlos y formarles.
Informará a su prelado de palabra o por escrito sobre la marcha de la Obra, proyectos y alternativas.
Preocupación obsesionante del sacerdote de Hermandades deben ser los planes y proyectos de formación, de tal modo que pruebe y experimente cuanto vaya apareciendo con solvencia y garantía.
Estará siempre dispuesto a escuchar. Busque el diálogo como medio de aproximación. No hay reproche o genialidad que no esconda algún rayo de luz aprovechable.
De pruebas excepcionales de sacrificio, espíritu de fe y desinterés, entusiasmo y entrega a la Obra.
Muéstrese tan animosos y optimista como indulgente y comprensivo con todos.
Sienta hondamente lo social y aparezca siempre como defensor de la justicia.