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Cronología

El carisma de nuestro fundador

Todavía resuenan en nuestros oídos y revoletean en nuestra mente el cúmulo de recuerdos, vivencias y gozosas experiencias de cuentos conocieron al Siervo de Dios Abundio García Román, refrescados para esos privilegiados, y conocidos para cuantos no llegaron a convivir con él, pero que se han hecho presentes en estos últimos meses con ocasión del cierre de su Proceso Diocesano de Canonización y la celebración amplia y gratificante del Centenario de su nacimiento. Una resolución queda clara, urgente y estimulante para todos: Mantener inmutables y tratar de vivir fielmente los rasgos de su CARISMA fundacional.

Desde su celo pastoral y su profundo amor al mundo del trabajo, ideó personalmente y puso en marcha, ayudado por el grupo inicial de trabajadores creyentes, ciertamente alentado por la Jerarquía del momento, que le dejó hacer en sucesivas etapas, según iban exigiendo los tiempos y las circunstancias de todo tipo, una obra apostólico-social de, por y para trabajadores, en la que los laicos fueron progresivamente tomando responsabilidades y compromisos, sin apoyos externos oficiales, quedando los logros a alcanzar sólo sobre los hombros de los propios trabajadores.

Desde el inicio consiguió que el centro de incorporación a su Obra y su proyección apostólica no fueran las parroquias ni los templos, sino las propias empresas o los centros de trabajo, en los que se crearían las Hermandades de empresa o profesión, con el inicial objetivo de “buscar el encuentro de los trabajadores con Cristo” para tratar, en definición posterior, de “vivir la fraternidad, hacernos más persona, promocionarnos como trabajadores, construir una sociedad más justa, compartir cuanto somos y tenemos”.

La inserción de la Obra en la estructura eclesiástica la ideó muy claramente, desde su proverbial sentido de obediencia y respeto a los respectivos prelados. De ellos había de conseguirse la implantación de un lugar, recibir la “misión” o mandato y tratar de tramitar la aprobación de los Estatutos en sus sucesivas reformas o adaptaciones. Inspirada por él, que las presidía, se redacto esta conclusión en las Primeras Jornadas Nacionales de Estudio, celebradas en Valencia en septiembre de 1965: “Las Hermandades del Trabajo, según su propia estructura, no serán jerárquicas en su sentido estricto y directo, y esta condición peculiar favorece grandemente su mayor y mejor libertad de acción y desenvolvimiento en las tareas de orden temporal. Aceptamos la responsabilidad que esta mayor libertad nos implica”. Por eso siempre se ha pretendido ser y definirse más como “movimiento” (MAS) que como organización eclesial o diocesana, con un matiz propio que justifica su también peculiar estructura organizativamente mantenida y defendida en sus Estatutos, siempre aprobados por la Jerarquía y sucesivamente adaptados a las nuevas normas del Derecho Canónico, pero sin perder sus rasgos de identidad ni pretender homologarse a otras organizaciones laicales. Con un sistema de nombramientos de los dirigentes y atribuciones de los Consiliarios, acordes a nuestra legislación particular.

De forma excepcional para aquellos tiempos, don Abundio quiso que las Hermandades fueran un movimiento mixto, en el que participaran por igual, incluso en los cargos de responsabilidad, hombres y mujeres, sin separación de sexos, edades ni categorías profesionales, algo impensable entonces y que hoy ya se va viendo normal, frente al sistema tradicional de separación por “ramas y edades”. Los únicos signos de distinción entre los incorporados a Hermandades nacieron y siguen existiendo por el grado de compromiso personal y voluntario de cada trabajador: afiliado, colaborador, militante y dirigente, con un mínimo de obligaciones morales, espirituales y de dedicación para cada uno de los grupos.

Para las Hermandades y sus responsables, el trabajador debía interesar en todas sus facetas conjuntamente: espiritual, religiosa, profesional, familiar, social. Desde su visión personal de las grandes carencias del mundo del trabajo que tanto le inquietaban, siempre insistió, como característica peculiar y carisma específico, el elemento social de su afán evangelizador. Siempre tuvo claro que para atender las necesidades espirituales, caritativas e incluso culturales del mundo del trabajo ya existían otros y muy meritorios movimientos y organizaciones de la Iglesia. En el terreno de lo social ideó un “objetivo” a conseguir para el trabajador: “formar, informar y asesorar”, presionando, si era preciso, hasta la utopía: que cada militante, indispensablemente, tuviera un compromiso temporal que justificara su pertenencia a los grupos apostólicos, con carné incluso, de afiliación a cualquier entidad de tipo social que luche por los derechos de los trabajadores, la reforma de las estructuras y la defensa de la justicia… ”desde su personal responsabilidad de escoger dentro del pluralismo de opciones existentes”. En 1988 resume su pensamiento en esta afirmación: “Yo pediría a todo militante de Hermandades que volcase la presencia que le pide la Jerarquía en los ámbitos siguientes. La empresa donde trabaja, la Hermandad en que milita, la barriada donde vive, el sindicato donde debe encuadrarse y la sociedad política donde se mueve”.